Ellos descubrieron la pólvora. Y el papel, la brújula y la imprenta. Incluso comían naranjas antes que cualquier valenciano. Y si nos atenemos a las crónicas, nuestros amigos los chinos también crearon el primer mapa en relieve de la historia. Lo hicieron con el material que tenían más a mano, el arroz. De hecho, este es precisamente el título del libro de un tal Jiang Fang, ‘Ensayo sobre el Arte de construir montañas con arroz’, escrito en el año 845 a. C., hace la friolera de 2860 años.
Ya en el primer milenio, el polifacético científico y estadista Shen Kuo ideó un mapa en relieve utilizando aserrín, madera, cera de abejas, y pasta de trigo. Su modelo fascinó al emperador Shenzong de la dinastía Song, que ordenó que todos los prefectos que administraban las regiones fronterizas debían preparar mapas de madera similares y enviarlos a la capital para almacenarlos en un archivo. De esta manera, el gran Shenzong se convirtió en el primer emperador en conocer el relieve de sus tierras, una ventaja inigualable para emprender cualquier guerra.
El filósofo neo-confuciano Zhu Xi fue el precursor de nuestros mapas flexibles y portables. Construyó su mapa en ocho piezas de arcilla y madera unidas por bisagras, de forma que se podía plegar y transportarse envuelto en el cuerpo de una persona.
Cuatrocientos años más hubieron de pasar hasta que el incansable viajero árabe Ibn Battuta quedase deslumbrado por el primer mapa en relieve conocido en la Península Ibérica, unos modelos de cera en Gibraltar que imitaban a la naturaleza de forma asombrosa.
¡Más sobre la historia de los mapas en relieve en próximos post!